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LA VIRGINAL ENAMORADA


Hamlet and Ophelia, de Dante Gabriel Rossetti (1858)

Desde tiempos muy remotos, la virginidad ha constituido un parámetro de definición y un criterio de caracterización para la mujer, para su cuerpo y para su sexualidad. Estamos ante la mujer como tabú en su totalidad y, por lo tanto, de la alteridad desde la mirada masculina. La mujer siempre será lo otro, lo extraño y peligroso que debe ser controlado. Y el control sobre el cuerpo, el deseo y la sexualidad de la mujer implica el control impuesto sobre su virginidad. Los únicos modelos a seguir son María o las santas, en oposición a Eva, de la que proceden todas las féminas. La mujer, asociada a la naturaleza, a la materia, a los ámbitos profundos y desconocidos, se ve dominada y subyugada por el hombre en toda su dimensión sexual. Así pues, la construcción del arquetipo de Ofelia obedece al principio de alteridad y será víctima de unas circunstancias y de una dinámica de las no participa. Además, ella se opone a Gertrudis, modelo femenino negativo. El padre, Polonio, le impone la prohibición de no relacionarse con Hamlet, al que ama. Es una medida de control y protección sobre su virginidad y su honor, pero lo que ha sido prohibido es la capacidad de desear de la joven. En este sentido, el cuadro de Rossetti resulta muy revelador: junto a una pasiva Ofelia (está sentada, quieta, estática), se alza Hamlet, el varón, el deseo encarnado para la joven; pero tras ellos aparece tallado el árbol del conocimiento del Edén, custodiado por los ángeles y en cuyo tronco se enrosca la serpiente, símbolo del mal, del pecado y de la mujer. La mítica escena de las flores cumple en la obra, pues, un papel simbólico crucial de expresión y manifestación de dicho deseo. Ofelia es entonces la mujer-flor y su gesto de regalar flores a todos los presentes es una de las pocas ocasiones en que Ofelia actúa por voluntad propia, comunicando su deseo, transmitiendo su "desfloración" alegórica, aunque este acto voluntario debe ejercerse bajo los efectos de la locura.

LEE*OBSERVA*REFLEXIONA*INVESTIGA
 
En las escenas IV y V del Acto III de Hamlet, nos encontramos con el siguiente diálogo entre Hamlet y Ofelia. ¿Cómo valorarías las palabras de Hamlet? ¿Qué relación se establece entre Belleza y Honestidad? ¿Qué función cumple el tema del engaño y las apariencias?
 
Ofelia
Conservo en mi poder algunas expresiones vuestras, que deseo restituiros mucho tiempo ha, y os pido que ahora las toméis.
Hamlet
No, yo nunca te di nada.
Ofelia
Bien sabéis, señor, que os digo verdad. Y con ellas me disteis palabras, de tan suave aliento compuestas que aumentaron con extremo su valor, pero ya disipado aquel perfume, recibidlas, que un alma generosa considera como viles los más opulentos dones, si llega a entibiarse el afecto de quien los dio. Vedlos aquí.
Hamlet
¡Oh! ¡Oh! ¿Eres honesta?
Ofelia
Señor...
Hamlet
¿Eres hermosa?
Ofelia
¿Qué pretendéis decir con eso?
Hamlet
Que si eres honesta y hermosa, no debes consentir que tu honestidad trate con tu belleza.
Ofelia
¿Puede, acaso, tener la hermosura mejor compañera que la honestidad?
Hamlet
Sin duda ninguna. El poder de la hermosura convertirá a la honestidad en una alcahueta, antes que la honestidad logre dar a la hermosura su semejanza. En otro tiempo se tenía esto por una paradoja; pero en la edad presente es cosa probada... Yo te quería antes, Ofelia.
Ofelia
Así me lo dabais a entender.
Hamlet
Y tú no debieras haberme creído, porque nunca puede la virtud ingerirse tan perfectamente en nuestro endurecido tronco, que nos quite aquel resquemor original... Yo no te he querido nunca.
Ofelia
Muy engañada estuve.
Hamlet
Mira, vete a un convento, ¿para qué te has de exponer a ser madre de hijos pecadores? Yo soy medianamente bueno; pero al considerar algunas cosas de que puedo acusarme, sería mejor que mi madre no me hubiese parido. Yo soy muy soberbio, vengativo, ambicioso; con más pecados sobre mi cabeza que pensamientos para explicarlos, fantasía para darles forma, ni tiempo para llevarlos a ejecución. ¿A qué fin los miserables como yo han de existir arrastrados entre el cielo y la tierra? Todos somos insignes malvados; no creas a ninguno de nosotros, vete, vete a un convento... [...] Si te casas quiero darte esta maldición en dote. Aunque seas un hielo en la castidad, aunque seas tan pura como la nieve; no podrás librarte de la calumnia. Vete a un convento. Adiós. Pero... escucha: si tienes necesidad de casarte, cásate con un tonto, porque los hombres avisados saben muy bien que vosotras los convertís en fieras... Al convento y pronto. Adiós.
Ofelia
¡El Cielo, con su poder, le alivie!
Hamlet
He oído hablar mucho de vuestros afeites. La naturaleza os dio una cara y vosotras os hacéis otra distinta. Con esos brinquillos, ese pasito corto, ese hablar aniñado, pasáis por inocentes y convertís en gracia vuestros defectos mismos. Pero, no hablemos más de esta materia, que me ha hecho perder la razón... Digo sólo que de hoy en adelante no habrá más casamientos; los que ya están casados (exceptuando uno) permanecerán así; los otros se quedarán solteros... Vete al convento, vete.
*******
Ofelia
¡Oh! ¡Qué trastorno ha padecido esa alma generosa! La penetración del cortesano, la lengua del sabio, la espada del guerrero, la esperanza y delicias del estado, el espejo de la cultura, el modelo de la gentileza, que estudian los más advertidos: todo, todo se ha aniquilado. Y yo, la más desconsolada e infeliz de las mujeres, que gusté algún día la miel de sus promesas suaves, veo ahora aquel noble y sublime entendimiento desacordado, como la campana sonora que se hiende. Aquella incomparable presencia, aquel semblante de florida juventud alterado con el frenesí. ¡Oh! ¡Cuánta, cuánta es mi desdicha, de haber visto lo que vi, para ver ahora lo que veo!



Hamlet (1948), de Laurence Olivier




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