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TRAS LOS PASOS DE OFELIA


Virginia Woolf y el río Ouse


La señora Dalloway decidió que ella misma compraría las flores” En una fría mañana de primavera, el 28 de marzo de 1941, Virginia Woolf cogió su bastón para dar su último paseo. La criada vio cómo la escritora se dirigía hacia el jardín. Caminó hacia el bello río Ouse, clavó el bastón en la orilla, llenó los bolsillos de su abrigo con piedras y hundió su cansado cuerpo en el agua. Sintió que había vivido demasiado, probablemente cinco siglos nada menos, como hombre y como mujer, a través de su Orlando. Dos semanas después, unos niños la encontraron, inerte, flotando en el río. Leonard, su esposo, había estado buscándola con desesperación, pero sólo había encontrado el báculo abandonado. El cadáver fue incinerado y Leonard enterró las cenizas bajo uno de los dos olmos del jardín, árboles que ambos habían bautizado tiempo atrás con sus respectivos nombres. Más tarde, el olmo de la escritora fue derrumbado por una tormenta; las cenizas fueron trasladadas, esta vez, acompañadas por el busto que Stephen Tomlin había realizado de Virginia y por unos versos que cerraban su magnífica novela Las olas: “¡Contra ti me lanzaré, entero e invicto, oh Muerte!” Antes de asumir la piel de Ofelia, Virginia le había escrito una última carta a su esposo Leonard donde confesó su impotencia para sobrevivir a su enfermedad: “No voy a recuperarme en esta ocasión […] Ni siquiera puedo escribir correctamente. No puedo leer […] No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que nosotros hemos sido.”

Jamás nadie hubiera podido imaginar que tras la imagen de madre y esposa perfecta de Sylvia Plath se escondía una poeta de gran talento, convertida después en mito. Tenía apenas 31 años cuando se divorció de su infiel y competitivo esposo Ted, también escritor. Durante semanas, los poemas brotaban compulsivamente de su insomnio y  de su tristeza, escribiendo desde las tres de la madrugada hasta las ocho. Sylvia ha quedado sumergida, como Ofelia, en una indiferencia depresiva. Sylvia ya está herida de muerte. El 11 de febrero de 1963 llevó a sus dos hijos leche y pan; se encerró en su cocina, selló puertas y ventanas, tomó unos cuantos barbitúricos, abrió la llave del gas y dejó reposar su cabeza en el interior del horno. Dejó una obra llena de rabia en la que proyectaba su profunda soledad y la frustración que le provocaba tener que escribir en una sociedad alienante. Descubrió demasiado pronto que sus roles de amante, esposa, madre y artista no eran más que papeles fragmentados de un tétrico teatro, en ocasiones sin público o sin telón. Para Sylvia quedaba claro que “morir [era también] un arte.”

Siempre se sintió una perenne extranjera. Nacida en Buenos Aires, pero hija de emigrantes rusos, Alejandra Pizarnik siempre se sintió extranjera de sí misma. “La poesía es un aullido que hicieron –que hacen- los seres en la noche.” Hermosa y pequeña, había conocido en París a Simone de Beauvoir, a Marguerite Duras, a Julio Cortázar, quien una vez le escribió: “No te quiero así, yo te quiero viva”. Se sumergía, como huérfana ofeliana, en la escritura de sus diarios, posiblemente para conquistar las aguas profundas de su propia conciencia. Alejandra había nacido demasiadas veces; Alejandra se había fragmentado en sus versos en exceso. Pizarnik fue Buma para sus padres, fue Blímele en la escuela, fue Flora en el libro no reconocido y fue Sasha a través de sus versos. Demasiados nombres para Alejandra. Pero para ella no había duda: “Estamos heridos […] Soy –somos- carencia.” El 25 de septiembre de 1972, mientras intentaba disfrutar de un fin de semana fuera de la clínica psiquiátrica en la que había sido internada, Alejandra, una y múltiple, sucumbió a la muerte tomando una alta dosis de seconal. Y así, se convirtió en su propio Árbol de Diana.

Alfonsina Storni escribió su último soneto, una canción de cuna, titulada “Voy a dormir”, antes de entregarse a las aguas de la playa de La Perla el 25 de octubre de 1938. El cáncer ya la había arrinconado tiempo atrás y la brillante poeta nunca dejó de sentirse mutilada, incompleta, vacía. Junto a Delmira Agustini y Gabriela Mistral, representó el lado más combativo de la poesía escrita por mujeres en la primera mitad del siglo XX. A Delmira la asesinó su ex marido, de quien se había divorciado “huyendo de tanta vulgaridad”; Gabriela, pese al premio Nobel, tuvo que sufrir, primero, el suicidio del hombre al que amó y, después, el suicidio del sobrino al que adoptó. Alfonsina Storni fue la voz. Su mundo poético, el de la maestra, la poeta, la mujer, revela y manifiesta el inconformismo, la rebeldía, la insubordinación, la persistencia, como única actitud posible ante una equidad intelectual ya necesaria. Sin embargo, al final, el cansancio vital y la enfermedad la asediaron. Y la voz se quebró, ahogada como una Ofelia más.

El 4 de octubre de 1974, una tranquila ama de casa se despide de una amiga con la que ha estado almorzando, entra en su garaje, arranca su coche con un silencio sepulcral y se deja anegar por un espeso mar de monóxido de carbono. Veinte años atrás, tras el nacimiento de su hija, a la norteamericana Anne Sexton le sobrevino una profunda depresión y su médico le recetó la escritura curativa. Nadie pudo suponer el riesgo que ello suponía. La anodina ama de casa comenzó así a interpretar el mundo como sólo saben hacerlo los poetas. Se reconoció en sus versos como la buscadora perenne de la aprobación masculina; se reconoció como la mujer seducida por la muerte; reconoció que su identidad de mujer estaba culturalmente impuesta y reconoció la batalla que en su cuerpo se libraba entre el arquetipo y la individualidad. Todo el mundo recuerda a Anne Sexton como la poeta de la menstruación, el aborto, la masturbación, las drogas, la destrucción. Pero pocos reparan en que una nimia ama de casa ganó el Premio Pulitzer por su tremendo poemario Vive o muere o que a ella debemos las Transformaciones de los clásicos cuentos de hadas dándonos por fin un lugar en ellos.

¿Imposibilidad de elegir su propio destino o, por el contrario, pleno ejercicio de su voluntad? ¿Se trata de sacrificio o de victimización? No se equivoquen: ninguna de estas cinco historias tratan sobre suicidio, sino sobre escritura. Una reescritura vital sobre Ofelia. Escribir, para estas mujeres, era, es, un arrebato entre la palabra y el silencio, un peligroso instante de cordura, una tarea de Sísifos sin roca, un habitar en el desfiladero. Un escribir para no morir.
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LEE*INVESTIGA*PROFUNDIZA

Busca información sobre las escritoras citadas en este post y reflexiona sobre la muerte de ellas. Puedes servirte de los siguientes materiales:

Suicidas: Virginia Woolf

Poesía y suicidio: el fenómeno Sylvia Plath

Escenografías suicidas de Alejandra Pizarnik

El personaje poético de Alfonsina Storni

Anne Sexton: la voz poética de una suicida

La vida de algunas de ellas han sido llevadas al cine o han servido de inspiración para otras historias de suicidas. Es el caso de Las horas (2002), de Stephen Daldry; Sylvia (2003), de Christine Jeffs y Las vírgenes suicidas (1999) de Sofía Coppola, por citar solo algunos ejemplos. Os dejamos con una serie de VÍDEOS para completar la investigación sobre estas escritoras y su vinculación con Ofelia.

Las horas, escena final y carta de suicidio a Leonard






Vértigos o contemplación de algo que cae (1993),
documental de Vanesa Ragone sobre la poesía de Alejandra Pizarnik





Alfonsina Storni, breve documental de Canal Encuentro




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CONCLUYENDO

Una vez que hemos recorrido todos los itinerarios de Ofelia {entre las flores}, podemos concluir las actividades con una propuesta que engloba a todas las demás. Ya hemos hablado de la película Las vírgenes suicidas, de Sofia Coppola. Es necesario verla (apreciarla y disfrutarla) porque constituye un buen ejemplo de apropiación del arquetipo literario, como te comentábamos en DESMONTANDO A OFELIA. Después, establece semejanzas y diferencias con el personaje de Shakespeare y, a su vez, reflexiona acerca de los paralelismos de los suicidios de las hermanas Lisbon con las escritoras vistas más arriba.
Para finalizar, y mediante el siguiente E-BOOK, busca las semejanzas entre determinadas escenas de la película y las diversas representaciones de la mujer desde la perspectiva de los pintores Prerrafaelistas quienes, como ya sabes bien, son quienes inmortalizaron la imagen de Ofelia. El círculo se ha cerrado.

E-BOOK~Ofelia y Las Vírgenes Suicidas

 

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